sábado, 18 de marzo de 2017

Barcelona, poderosa... y escurridiza

El día D había llegado: 12 de marzo. Estaba en Barcelona e iba a tratar junto a más de 17.000 personas venidas de todos los confines del mundo (hasta del Tíbet había gente) de lograr, en mi caso por tercera vez, completar una maratón.




Ya desde hacía unos días intuía que era esta una carrera en la que se cuidaban al máximo todos los detalles y la espectacular Feria del Corredor, a la que asistí acompañado por quien fuese mi caronte durante toda mi fugaz visita a la ciudad condal, mi primo Juanjo López, y por su hija, la pequeña Martina, me lo confirmó.









Tras vestirme de corto y dejar la ropa sobrante en el guardarropa (con un acceso tan ágil y bien organizado como el del día anterior a la Feria), sobre las 8:15 me colocaba en el cajón número 5 (+ de 4 horas).






Aunque teóricamente debería mejorar el tiempo de Madrid con facilidad, tengo ciertas dudas sobre la forma física en que llego a esta prueba, así que decido no marcarme un objetivo y simplemente disfrutar de la carrera, correr por sensaciones y no preocuparme demasiado por la marca.

Van saliendo cada uno de los cajones y serían pasadas las 8:50 cuando por fin nos toca el turno a los del vagón de cola. Teniendo esta edición el aliciente añadido de conmemorar los 25 años desde que la ciudad fuese olímpica no podía faltar la voz de Freddie Mercury entonando ese mítico "Barcelona" en el momento de la salida desde la Plaza de España.








































La temperatura es óptima y el ambiente el mejor del que he disfrutado en ninguna carrera, con 57 puntos de animación de todo tipo: percusión, bandas en directo, gigantes y los constantes "anims" de la gente.

Tras atravesar Sants, la Avenida de Madrid y les Corts, poco después del kilómetro 5 nos adentramos en territorio blaugrana con el Camp Nou como gran atracción. 

A continuación los edificios de La Caixa y de otras grandes empresas, como Catalana Occidente, al paso por la Diagonal. Son estos primeros kilómetros los que presentan mayor dificultad en cuanto a la altimetría.

En las maratones previas siempre había tomado el primer gel en el kilómetro 10. Esta vez, sin embargo, había decidido tomar los que brindaba la organización ya que la cantidad de avituallamientos tanto líquidos como sólidos era enorme.

Las sensaciones y los ritmos van mejorando en los siguientes kilómetros que pasan casi sin darme cuenta al tratarse de un recorrido entretenido a la par que poco exigente. Mi primo me esperaba en torno al 14 para darme ánimos y comprobar que todo iba bien, y así era.

Atravieso ahora las calles del Paseo de Gracia, el Rosselló y Sardenya. Bellísima zona de la ciudad que atesora algunas de las mayores joyas arquitectónicas de Antonio Gaudí como la Casa Milá, la Casa Batlló o la intemporal Sagrada Familia.










Se va acercando la media maratón y se me atraganta la ida y vuelta por la Meridiana, aunque he comido en el km.15 y estoy sobradamente hidratado (había agua y Powerade cada 2,5 kms), lo poco atractivo de este tramo empieza a afectarme en lo mental, pero sigo.



En el 22,5 km. no hay nadie ofreciendo los geles y reacciono tarde, sin comprobar si queda algo en las cajas, aunque posiblemente no. De todos modos en el 25 puedo comer de nuevo.

Me dirijo hacia la Torre Agbar, punto aproximado sobre el que se me va a unir mi primo para ayudarme a completar la aventura. Sin embargo, en el 26 las piernas me pesan y mentalmente tampoco estoy tan fuerte como en otras ocasiones. Quizás me echo a andar por primera vez antes de lo estrictamente necesario.

Poco después, ya con mi primo animándome los calambres van apareciendo e incrementándose kilómetro a kilómetro. Incluso me noto un poco flojo.

En el 30 sí que tomaré un gel cuyo efecto me permitirá atravesar la zona del litoral con mejores sensaciones, corriendo lo que me permiten los calambres y andando cuando el dolor es inaceptable.

Sería algo después del 36, pasado el Arco del Triunfo, cuando los calambres me obligan a parar. Mi primo me ayuda con estiramientos y continuó avanzando, corriendo cada vez menos. La temperatura además ha bajado sensiblemente y no es lo mejor para quien camina lentamente, vestido de corto y sudado.


La vista se me nubla un poco, pero tras un pequeño parón y alguna que otra nausea contenida, continúo, aunque con la convicción de que ya no podré correr más.

Sufriendo cada vez más, tratando de seguir entero y con Juanjo como gran apoyo paso junto a Colón que parece señalarme lo cerca que estoy de lograrlo. Pero poco después de pasar el control del 40 seré derrotado por esta bella bestia llamada Maratón.

El dolor ya no me deja caminar y estoy bastante mareado, demasiado para seguir. Uno de los fisios que nos acompañan en carrera hace todo lo posible por recuperar mis piernas para esos 2 últimos kilómetros, pero es demasiado tarde. 

Los chicos de la cruz roja me aplican calor y me suministran azúcar líquido y tras un "paseo" en ambulancia acabo en la zona de recuperación habilitada junto a la meta. Gracias a todos estos profesionales, sobre las 14:30 ya me encuentro bien y con la capacidad de andar recuperada. 

Un año más se me escapa la medalla de la Zurich Marató Barcelona (esta vez cuando casi podía acariciarla), pero la experiencia ha sido estupenda tanto en lo deportivo como en lo personal y, sin lugar a duda, volveré a intentarlo en un futuro no muy lejano.